Prólogo
(Fragmento - Luis Saez)
Cuenta siempre Tito Cossa que, cuando por
mediados de los ´90 Arthur Miller visitó la Argentina, invitado por el Teatro
San Martín, a presenciar la puesta de una de sus obras, se reunió con un grupo
de dramaturgos locales a charlar sobre la pasión en común: el teatro, y
puntualmente, la escritura dramática... Y cuando le preguntaron si, a la hora de
sentarse a escribir, contaba con alguna receta o herramienta indispensable que
lo ayudara en el oficio, Miller contestó: La
paradoja. Me ha sacado de más de un apuro. Y Miller sabía -vaya si lo
sabía- de qué hablaba: es en la paradoja, con su mecanismo de efecto inverso,
donde el teatro suele encontrar una herramienta propicia para evidenciar las
contradicciones de un sistema que estimula el enriquecimiento material a fuerza
de una fórmula excluyente: acumulación a cualquier precio, aunque ese precio
sean a menudo la propia dignidad, la carencia y la pobreza más extremas. De esa
paradojal pobreza, y de la desolación que de ella deviene, hablan las piezas de
Miguel Ángel Diani incluidas en este libro, y por extensión en buena parte de
su obra toda. El territorio donde estas fuerzas se aparean nada más que para
enfrentarse y repelerse parece ser siempre el mismo: la familia, institución
tan sagrada como contradictoria por naturaleza, aunque en el universo del autor
se trate de una naturaleza precisa y paradojalmente “contra natura”. Pero no hay en su teatro, como ya lo apuntamos
otras veces, una voluntad moralizante o penitenciaria; se diría más vale lo
contrario: a estas piezas modernas y desoladas, de cuño netamente beckettiano y
arrabaliano, no parece animarlas ningún afán de denuncia o condena moralizantes
a un sistema que, tal lo señalado en un principio, parece empeñado en someter a
la especie humana a una serie de procedimientos de los que sólo sobrevivirán,
con suerte, los más aptos, aunque nos resulte difícil responder a la pregunta
“aptos… para qué?”